Para nosotros los argentinos, el fracking es una actividad de extracción de petróleo y gas que asociamos con localidades específicas, como ser Vaca Muerta en el Sur. Diariamente, nos enteramos de cómo todo un pueblo crece a medida que se profundiza el desembarco de capitales, maquinarias, técnicos y operarios.
En Amity & Prosperity se narra el caso real situado en los Estados Unidos, y más puntualmente en la vieja aldea colonial rural de Amity, en Pensilvania, en donde ocurre al revés: el fracking se practica a más pequeña escala. (Con excepción, naturalmente de regiones en Texas, California y Alaska, donde la abundancia del shale, que son piedras que pueden contener hidrocarburos o gas natural, permite operar a gran escala). Cada residente tiene la opción de subarrendarle al pulpo energético Range Resources una parte de la chacra alejada de la casa familiar para que la empresa proceda a la extracción de los combustibles fósiles.
En el epílogo, la autora Eliza Griswold nos confiesa que la idea de dedicarle un libro al costo humano del fracking surgió a propósito de las manifestaciones que a esta periodista le tocó cubrir en Nigeria en el 2007, donde parecía una cuestión acotada a la explotación del Tercer Mundo. Pero, para su sorpresa, descubrió que en los mismísimos Estados Unidos las mismas prácticas negligentes para con el medioambiente eran moneda corriente, y las consecuencias recaían en la salud de familias americanas típicas que luchaban por seguir perteneciendo a las clases medias con techo propio, y acceso al sistema de salud.
Harly no pudo tener una pubertad normal. Desde los doce a los diecisiete años -por lo menos- empezó a sufrir distintos padecimientos, desde un envenenamiento por arsénico a vómitos, complicaciones gastrointestinales, problemas cognitivos, cansancio extremo…a tal punto que tuvo que abandonar la escolaridad presencial, y enrolarse en un programa de educación por internet (esto fue unos años antes de los zooms de la pandemia, claro está).
En una chacra situada a unas millas de la de Stacey, su hermana Beth empieza a alojar a su sobrina Paige para evitar que se enferme del mismo modo que su hermano. Pero Beth también empieza a sentirse mal.
Y la sospecha de Stacey de que en las prospecciones se emplean sustancias tóxicos que se filtran al subsuelo y al medioambiente en general se ven confirmadas por emanaciones tóxicas varias que tornan irrespirable el aire. (Y que, kafkianamente, Stacey no llegará a poder detectar más con el tiempo, ya que uno de los problemas neurológicos vinculados a la contaminación es que se pierde el sentido del olfato en relación a ciertas sustancias).
Al testear esta abnegada madre en forma privada el agua que usaban para ver y bañarse, descubre para su estupor que estaba contaminada con metano y tolueno -además del arsénico- y varios metales tóxicos-. Naturalmente, ella atribuye dicha polución a filtraciones en las operaciones de fracking, pero Range Resources afirma leguleyamente que es imposible probar una correlación entre la contaminación y las actividades extractivas de la empresa; porque la querellante no había testeado su agua antes de que la empresa comenzar a operar en sus terrenos!
La familia se ve obligada a mudarse, y los animales que sobrevivieron –muchos murieron por convulsiones, después de hidratarse en lagunas supuestamente puras- y que no pudieron marcharse con sus dueños, serán engullidos por una jauría (que, a su vez, también parece haber sufrido un ataque de locura tras ingerir agua contaminada).
Invito al lector a sumergirse en esta épica batalla legal y humana entre una familia -más un vecino que desarrolla un cáncer de pulmón-, y un pulpo energético dispuesto a todo con tal de literalmente acallar a la querella (puesto que quiere que la justicia local le aplique una gag rule, es decir una orden de que no hable más sobre la compañía no sólo con la prensa, sino siquiera con sus vecinos).
Sólo anticiparé que, durante la lectura, quedarán azorados tanto ante la venalidad de las agencias estaduales y gubernamentales de control del medio ambiente, como por las indignantes “chicanas” legales que emplean estas grandes empresas. Más sí diré que el final encierra una ironía del destino, ya que toda la aceitada maquinaria de Range Resources parece estar a merced del humor de los operadores de la Bolsa. Y del electorado, claro está, que termina eligiendo en Biden a un presidente que le retiró el apoyo al fracking en favor de las fuentes renovables de energía.
Reviewer: Denis Horan, de la sucursal de Belgrano R.
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